¿Qué cuenta Mandy? Pues este cruce bizarro entre El manantial de la doncella (1960) y Hellraiser (1987) que hubieran dirigido a dos manos el Nicolas Winding Refn de Sólo Dios perdona (2013) y el William Lustig de Maniac (1980), narra como una secta a los Charles Manson se cuela en la casa de la pareja formada por Red (Nicolas Cage) y Mandy (Andrea Riseborough) con fatales consecuencias para la misma y, claro, la posterior venganza a manos del propio Red, un Nicolas Cage tan tan tan tan maravillosamente loco que uno no puede dejar de aplaudir a pantalla cada vez que empieza a desbarrar en plan gif (y es, prácticamente, todo el rato). De hecho, hay una secuencia en plano fijo en el interior de un baño con Nicky en calzoncillos que, desde ya mismo, es pura iconografía del fantástico. Y es que Mandy es cult movie absoluta: dividida en dos partes muy diferenciadas -la primera sería la “modo Refn” y la segunda la “modo Lustig”- teñida de rojos y naranjas que queman la pantalla, mezclando animación “heavy metal” con surrealistas fugas fruto del LSD que ingieren los villanos como si fuera Coca-Cola, y con una banda sonora tremenda a cargo del tristemente fallecido Jóhann Jóhannsson, la película lo parte tanto por el lado fantástico como por el estrictamente terrorífico. Obviamente, la ultra-violencia que baña en sangre la pantalla viene salpicada por un humor absolutamente desternillante, en buena medida por lo bruto de las acciones -ojo a la pelea con sierras mecánicas- pero especialmente por ese Nicolas Cage que sabe lo que su público quiere y se lo entrega en un recital de demencia que hace que Ghost Rider: Espíritu de la venganza (2011) parezca una película de José Luis Garci. En fin, un deleite absoluto, que arrancó la ovación más fuerte oída en Cannes hasta la fecha.